"Posada trabajaba a la vista del público detrás de la vidriera que daba al calle y yo me detenía encantado por algunos minutos, camino a la escuela, a contemplar al grabador […]. Éste fue el primer estímulo que despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte de la pintura." José Clemente Orozco, 1971

NÚCLEO 3

Para la década de los cuarenta la obra de Posada ya se había transformado en un símbolo de la mexicanidad y se había convertido en el elemento fundamental de la producción artística, sobre todo en el marco del Taller de Gráfica Popular, organización que albergó a múltiples artistas de América y Europa. Leopoldo Méndez, uno de sus mayores impulsores, creó en conjunto con los miembros del taller un patrimonio artístico e histórico de ascendente posadista. José Clemente Orozco, entre muchos otros, asimiló a su manera y con gran ímpetu le estética de Posada en su trabajo, dando pauta para la generación de una tradición visual que condensa en un solo ejercicio las más diversas formas de la crítica, mediadas por el retrato social. Esta manera de representar a la sociedad mexicana se mantuvo intermitentemente como modelo para todo artista que integrara en su programa estético algún modo crítico y satírico de referir a la sociedad. Sin embargo, la recuperación de la iconografía de Posada no se agotó junto con la generación de artistas posrevolucionarios, más bien se transformó en una fuente de inspiración constante para las siguientes generaciones, multiplicándose y diversificándose según las muy particulares formas de interpretar los mensajes trasmitidos por su trabajo. La vigencia de la obra de José Guadalupe Posada se identifica con claridad en una serie de creaciones logradas en las décadas recientes, a partir de diversos medios y técnicas.

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